Todo iba bien hasta que cumplí los doce años. Una tarde mientras estaba en la fila, me di cuenta de que el precio de la entrada para un niño de doce años era 35 centavos, y eso significaba dos golosinas menos. Sin estar muy dispuesto a hacer ese sacrificio, pensé para mis adentros: “Tienes el mismo aspecto que hace una semana”. Me acerqué y pedí la entrada de 25 centavos. El cajero ni se inmutó y yo compré mis cinco golosinas de siempre en vez de tres.
Encantado con mi logro, más tarde corrí a casa para contarle a mi papá sobre mi gran hazaña. Mientras le contaba los detalles, él no dijo nada. Cuando terminé, simplemente me miró y dijo: “Hijo, ¿venderías tu alma por una moneda?”. Sus palabras traspasaron mi joven corazón; esa es una lección que nunca he olvidado.
de: ¿Qué recompensa dará el hombre por su alma?
POR EL ÉLDER ROBERT C. GAY
De los Setenta