Mientras crecía, mis padres me asignaban tareas en la casa y me daban dinero por ese trabajo. A menudo utilizaba ese dinero, un poco más de 50 centavos a la semana, para ir al cine. En aquel entonces, una entrada al cine costaba 25 centavos para un niño de once años. Me quedaba con 25 centavos para gastar en golosinas, que costaban 5 centavos cada una. ¡Una película y cinco golosinas! No podía haber algo mejor que eso. Todo iba bien hasta que cumplí los doce años. Una tarde mientras estaba en la fila, me di cuenta de que el precio de la entrada para un niño de doce años era 35 centavos, y eso significaba dos golosinas menos. Sin estar muy dispuesto a hacer ese sacrificio, pensé para mis adentros: “Tienes el mismo aspecto que hace una semana”. Me acerqué y pedí la entrada de 25 centavos. El cajero ni se inmutó y yo compré mis cinco golosinas de siempre en vez de tres. Encantado con mi logro, más tarde corrí a casa para contarle a mi papá sobre mi gran hazaña. Mientras le contaba l...